lunes, 12 de julio de 2010

[Diseccionando al otro que nunca fuí]


- Guillermo me dijo un día después de su trabajo:

Me cansé de abrirles el pecho y sacar pedazo por pedazo las diferentes capas de piel y de músculos que conforman esa caparazón que protege al corazón.

Ya no sé si quiero ser el otro que se dedica a siempre desde la sinceridad confrontar lo absurdo. Que la valentía, que la revolución, que esa caparazón; sin duda alguna estoy sintiendo que me ganó.

No hay verso, ni escritura, ni tampoco puntualidades que puedan solucionarlo, no hay literatura que pueda dejar congelada la imagen del tirano y bueno ¿matarlo? Claramente ese no es el remedio, por eso mismo la disección, de un punto a otro punto buscando si entre capa y capa algo de humano y animal se encuentran en contradicción, o en fricción y por último, por lo menos en pulsión, para no sentir que tanta energía gastada sea un desperdicio una mera convulsión y que derepente se acabó.

Ahí es donde creo en el amor y a la vez no. Porque tanta sangre ocasional me ha hecho perder la sensibilidad por el otro, vaciándome en la búsqueda de aquel no me di cuenta que trabajé con él, pero que nunca lo seré, ese está muerto y yo soy su seccionador, existió, pero no era yo. Que risa, hice el ejercicio al revés:

Abrí los cuerpos, los estudié, me fascinaron; pero no los toqué y no me bañé con su sangre, con sus tripas, con sus uñas que sacaba de apoco, desde el codo hasta los nudillos; no los besé, no me embedurné de ellos, solo los manipulé.

- No le creí y le cerré la puerta.

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